miércoles, 31 de enero de 2018

Bienvenida


 Alcaldía Bolivariana del Municipio Ezequiel Zamora

BIENVENIDO

La Dirección de Planificación de Desarrollo Urbano, da la bienvenida a su blog, de exposición de temas y puntos para el debate y discusión digital en linea, en el cual puede participar toda la comunidad trabajadora de la Alcaldía Bolivariana del Municipio Ezequiel Zamora y las comunidades del municipio.

Objetivo General

Es la Dependencia encargada de generar, regular y velar el cumplimiento de la normativa y especificaciones técnico - jurídicas inherentes al área de la construcción de edificaciones y obras tanto públicas como privadas, el otorgamiento de la permisología para la construcción de tales edificaciones dentro de la superficie de la poligonal urbana y de ejidos, Inspección en las diferentes fases constructivas de estas obras para garantizar el cumplimiento de la norma, como también el estudio de las Variables Urbanas para la construcción de obras exógenas a las poligonales ya mencionadas; por otro lado tiene la responsabilidad de verificar la factibilidad de las solicitudes para empalmes, empotramientos y conexiones a los diferentes servicios públicos administrados por la municipalidad, además de evaluar condiciones de habitabilidad, riesgo y vulnerabilidad, individuales y colectivas y la actualización del catastro físico municipal; todo de conformidad a las disposiciones esgrimidas en la Ordenanza Sobre Procedimientos para la ejecución de Edificaciones y Urbanizaciones y demás Ordenanzas Municipales que regulan tales materias, entre ellas: la Ordenanza Sobre Publicidad Comercial y Establecimientos de kioscos en Zonas Públicas, Ordenanza Sobre Ejidos Municipales, la Ley Orgánica del Poder Público Municipal, la ley Orgánica de Ordenación Urbanística, la Ley Nacional de Catastro y su reglamento, la Ley del Plan de la Patria, Segundo Plan Socialista de Desarrollo Económico y social de la nación 2013 – 2019 y la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.






                                             

jueves, 8 de junio de 2017

LA CIUDAD DEL PASADO, DEL PRESENTE Y DEL PORVENIR



LA CIUDAD DEL PASADO, DEL PRESENTE Y DEL PORVENIR

Por CARLOS RAUL VILLANUEVA 
3era Conferencia. Dictada en el Museo de Bellas Artes de Caracas el 2 de julio de 1963.



Señoras y señores:

Toda civilización ha sido y es eminentemente urbana. Y voy a adelantar de una vez que creo no existan razones para que no lo sean también en el futuro. La presencia humana en el planeta, en sus mejores momentos, en sus máximas cristalizaciones culturales, ha tenido siempre como carácter principal la condición humana. Y, en efecto, ¿qué sería del hombre sin la ciudad?

Decía Platón, en El banquete: "Pero de mucho más alta y la más bella forma del pensamiento, es aquella que concierne a la ordenación de las ciudades y de todo establecimiento, aquella, cuyo nombre es sin duda alguna, sabiduría práctica y justicia! Y los teóricos católicos del Medioevo, en utopías, hicieron de la ciudad un símbolo de la necesaria y perfecta organización humana en la tierra, a semejanza con la perfectísima organización del cielo. Aún hoy, cuando se cita la Polis griega, se quiere indicar con ello, la estructura urbana por excelencia: origen y consecuencia de una extraordinaria civilización.

En efecto, es preciso constatar que la estructura rural es de por sí incapaz de producir alto nivel de civilización. Cuando se ha afirmado lo contrario, siempre se ha contrapuesto al panorama no siempre feliz de la ciudad, el ideal bucólico, el trabajo integrado a la naturaleza, la paz del campo, la supuesta sabiduría del campesino. A pesar de todo lo que puede haber afirmado Tolstoi, el objetivo real debe ser el de remodelar la ciudad, convertirla en un eficiente instrumento de trabajo, en un centro siempre más efectivo de intercambio humano y en ocasión desplegada, de formación de la personalidad. Proponiendo el regreso al campo se ofrece una solución regresiva o, por lo menos, estática, a un fenómeno esencialmente dinámico. Se desechan las grandes ventajas de la estructura urbana, se le niega al hombre, con la invitación a la renuncia, la suprema virtud de imponer el orden racional, en el caos.

Las grandes e inmensas posibilidades de la ciudad, encerrada en la riqueza social de contactos humanos que ella ofrece, no pueden, ni deben, abandonarse. Y es que toda la historia nos ofrece el ejemplo de verdaderas constelaciones urbanas, centros importantes de desarrollo cultural, de enseñanza, de poder político, económico y religioso. La Polis fue modulada por la presencia del hombre en la plaza del ágora, en los frescos patios de sus viviendas, a la sombra de los templos monumentales, en el espectáculo del estadio. Roma es también la "urbe", es decir, la ciudad por excelencia, y el romano levantaba orgullosamente la cabeza al pronunciar la frase mágica: Civis romanus sum.

La ciudad figuraba ya con carácter cosmopolita, de alta densidad y con problemas de tráfico y anticipa con triste aunque gloriosa fama, la sordidez de la especulación, los altos índices de hacinamiento y de crecimiento demográfico, y también las grandes medidas de remodelación (recuerden el incendio de Nerón, el tristemente célebre).

Después del ventarrón renovador de las invasiones de los bárbaros, la ciudad se encierra en la fortificación de las altísimas murallas, a la sombra amenazadora del castillo. La supervivencia pasa a ser el eje de las preocupaciones colectivas. La ciudad es protección de lo exterior. En una perfecta representación de la estructura feudal, la maciza fortaleza dialoga con la vertical de la catedral, cada vez más alta, cada vez más proyectada hacia la salvación, hacia la perspectiva de otro mundo, de un mundo definitivo que albergue en la paz de la contemplación del Ser Divino a los buenos, que han sufrido el terror y el mal.

Pero a medida que los regordetes burgueses, animados, en la ciudad fortaleza, pasan a ser los verdaderos ductores de la ciudad, y a medida que la estructura del Estado feudal se transforma en la estructura del Estado Nacional, caen los muros del encierro y comienza la expansión urbana. La artillería, recién inventada, acaba con la ciudad agazapada detrás de sus murallas. La forma de la ciudad cambia al compás de las innovaciones militares. El espíritu humanista infunde nuevo vigor a la utopía. La ciudad ahora se ordena como si fuera un trazado de jardín, en función de la ubicación de la basílica, donde hay un Papa. Cobra aliento, como nunca, la búsqueda de la forma de la ciudad ideal, respalda por la rebeldía humana del Renacimiento, porque, en efecto, donde hay conciencia primordial de lo humano no puede faltar la esperanza, el ideal como tarea a realizar, el afán por el arreglo ordenado del mundo.

En el siglo XVIII, con el comienzo de la Revolución Industrial, la ciudad se extiende y prolifera con el desorden caótico, que todos conocemos y que desde entonces marca la realidad urbana. La libre iniciativa que, según sus teóricos, debía elevar el bienestar colectivo al elevar el nivel de vida de cada uno de los ciudadanos, condujo, en cambio, al desorden más colosal, a la anarquía total, fomentando indirectamente la conciencia de la necesidad de intervenciones y controles por parte de los poderes públicos, y creando directamente toda clase de obstáculos e inconvenientes a la realización de tales controles.

Las ciudades en que hoy vivimos, son herencia directa de aquella situación, con la salvedad de que los problemas son cada vez más difíciles, más complejos, de mayor envergadura, como consecuencia del vertiginoso crecimiento urbano, del desarrollo de los medios de transporte, por el uso indiscriminado de medios técnicos, cuya naturaleza es tal que puede revolucionar totalmente los ritmos tradicionales de la vida del hombre.

Si el reconocimiento de las grandes dificultades que cotidianamente se oponen al trabajo racional del urbanista, puede reducir su confianza en la posibilidad de lograr modificaciones sustanciales, también es cierto que es preciso no cejar en el trabajo diario, en el trabajo de hormiga, minucioso y perseverante, en la labor de corrosión de las estructuras y de las normas de conducta que respaldan la corrupción de nuestras ciudades. Nada debe ser desperdiciado. Ninguna oportunidad se dejará de aprovechar.

Se entablará una lucha continua, hecha de pequeñas victorias, de acusaciones constantes, de infatigables proposiciones, porque la verdad es que el urbanista, si así lo desea, puede ser el mejor y más fiel defensor del habitante de la ciudad.

El urbanismo contemporáneo es una disciplina que tiene como principal objeto la creación del medio social y biológico más cónsono para lograr el bienestar físico y espiritual del hombre. Trabajo moral y ético, más bien que uno de pura forma. El urbanista debe crear un sistema que logre adelantar la civilización: debe cuidar especialmente el esqueleto, es decir, la estructura que alberga y protege a la comunidad urbana debe utilizar un sistema libre, flexible y orgánico que traduzca tanto lo humano como lo social.

Hay que recalcar que el urbanismo de hoy, como la misma arquitectura, se basa sobre un ideal social y no formal. La ciudad no es un conjunto de casas, amontonamiento de ladrillos, sino un fenómeno social, con gentes y grupos, cada uno con su sensibilidad, su vida, su personalidad y su alma. Repetiremos el concepto griego, acordes integralmente con ellos: "No son los muros que hacen las ciudades, sino las gentes que viven dentro de esos muros". En la época presente el urbanista debe luchar en pro de un nuevo equilibrio y actuar en contra de las ciudades tentaculares y monstruosas, que se han multiplicado desde el principio del siglo y han creado perturbaciones comparables a las guerras.

El hombre necesita de la ciudad para poder pensar, reunirse, trabajar o distraerse. El médico actúa sobre el individuo, el urbanista actúa sobre los grupos humanos; el urbanismo no es una forma clavada, no es una pieza de museo; es un organismo viviente, y complejo. La ciudad es parecida a un organismo vegetal o animal: tiene sus componentes que deben ser organizados como los propios órganos del cuerpo humano. Una ciudad debe poseer una cabeza como también centros nerviosos, debe poder también respirar ampliamente y disponer en ese sentido de un sistema arterial adecuado, para que la sangre llegue a cada órgano, y les dé vida.

En la naturaleza, si las hojas de un árbol aumentan demasiado de tamaño, se pierde el equilibrio; si el órgano de un animal crece demasiado, se pierde el equilibrio. El urbanismo, si se dejan los órganos esenciales crecer libremente, o si nacen formas parasitarias, si aparecen síntomas de arterosclerosis o de hipertrofia, si se toleran formas cancerosas en algunos tejidos urbanos, se pierde más que el equilibrio.

Continuando con la comparación que es más exacta de lo que puede aparecer, entre ciudades e individuos, recordaremos que la sangre debe llegar al corazón y a los centros nerviosos y que las ciudades también mueren por asfixia.
El automóvil: preocupación primordial del urbanismo de hoy, es el componente más importante en la remodelación urbana.

Un transporte congestionado no permite vivir, como un hombre no puede vivir, o vive mal, con alta presión sanguínea: la lucha entre el hombre y la máquina es dura e inflexible y exige un cambio radical en el arte de acondicionar el suelo.

Las calles han sido llamadas las arterias de la ciudad y la sangre que las calles transportan, es sangre viva, económica y social. En el organismo urbano, cuando el corazón peligra, la circulación de la sangre está comprometida y cuando el corazón late regularmente reparte vida y riqueza en los organismos.

La circulación mecánica es un factor que hace imposible la vida en nuestras ciudades, por lo que pedimos, con el urbanista Víctor Gruen, que el automóvil sea destronado de su alto pedestal como símbolo de divinidad y sea utilizado únicamente cuando se necesite sin interferir con mayores derechos que los seres humanos.

Estamos destruyendo todo lo que en materia de organismos urbanos se había creado.

Nuestra sumisión es total ante este nuevo dios: ese ser mecánico superior. Aceptamos el tránsito motorizado como si fuera inevitable, de la misma manera que aceptamos el sol y la lluvia, el trueno y los terremotos, que son en realidad elementos superiores y no como el automóvil, que es y debe ser un subordinado. Devastaremos los centros de nuestras ciudades y así destruiremos toda forma de organización urbana, pues no podemos ser urbanizados y motorizados.

El sistema circulatorio no es suficiente para crear un verdadero tejido urbano. La ciudad, como el edificio, está compuesta de materia y espíritu, debe poseer sentimientos espirituales, manifestaciones culturales y tradicionales. El grupo social debe poseer un cerebro que está representado por el centro cultural y un corazón que es la plaza pública; tenemos que despejar y vitalizar los centros vitales y los corazones, los cuales deben poder respirar y hacer su voz y anhelos a toda la ciudad.

Pero, ¿por qué tipo de ciudad lucharemos? ¿Cuál será la ciudad de nuestros hijos? ¿Cómo queremos que ella sea?

Tomando como referencia las realizaciones y los proyectos más importantes de los últimos cien años, en el aspecto de la forma urbana, podríamos afirmar que las perspectivas actuales se dividen en dos grandes tendencias: la que considera a la ciudad como un monstruo, como un elemento de perversión, como una manifestación de decadencia de la civilización, y la que afirma que todas las virtudes de la civilización radican en la ciudad. La primera, de clara derivación spengleriana, ofrece la solución de diluir a la ciudad, sembrando casitas, millones de casitas, en el campo, con un proceso parecido a una parcelación total de la superficie de la Tierra. La otra, en cambio, propone concentrar aun más la población en la metrópolis y sueña con gigantescas ciudades de inmensos rascacielos. Para la primera, el ideal más alto es el del jardincito familiar; para la segunda, es el de la ciudad monumental.
Pero, si es cierto que polarizamos al máximo, pueden así condensarse las opuestas posiciones, también es cierto que cualquier teoría cuando es manejada por grandes creadores, se transforma en organismos de otra calidad, donde los propios valores de la creación redimen, por así decirlo, los errores o las impropiedades de los contenidos. Tal es el caso, por ejemplo, de Wright y de Le Corbusier y de sus planos respectivos, el de Broadacre y el de la Ciudad Radiante.

Fue el inglés Ebenezer Howard quien, siguiendo el ejemplo de Jean Jacques Rousseau, predicó el retorno a la naturaleza; la necesidad de abandonar a su propio destino a la ciudad decadente ya caótica y de buscar en el campo, mediante la famosa fórmula de la ciudad-jardín, la felicidad y la armonía. Y hay una relación directa entre las afirmaciones de Howard y la obra de Wright, quien demostró a lo largo de toda su vida, un odio muy marcado hacia las metrópolis.

Recuerdo, a este propósito, que hace ya muchos años, durante un seminario en la Universidad de Princeton, convocado para discutir los problemas de las grandes concentraciones urbanas, le tocó hablar de último, precisamente, al gran maestro americano y a la pregunta: "¿En qué modo podríamos salvar la ciudad?", contestó: “La única manera de salvar a las ciudades es abandonarlas y retirarse al campo, en medio de la naturaleza".

Es esta, en el fondo, la solución que adoptó en su proposición urbanística: "Un acre para cada ciudadano", como decía él. Broadacre City es una solución de una densidad tan baja, que puede afirmarse seriamente que con ella Wright disuelve el fenómeno urbano en fenómeno arquitectónico: desaparece la ciudad; la arquitectura de la casa individual sustituye el espacio urbano. Según su teoría, la multiplicación y variedad de los medios de transporte y la relativa independencia de la industria moderna, de la zonificación geográfica, han reducido a cero la función de la ciudad. Asegura Wright que, así, el contacto permanente con la espontaneidad de la naturaleza, con el cielo, con el verde, con el ritmo eterno e inmutable de las estaciones, por fin será devuelto a los hombres, en su entera, original pureza. Perdidos en el seno de la naturaleza, aunque naturalmente bien dotados de neveras, lavaplatos y televisores, volveremos a sorber el eterno encanto de lo agreste.

Le Corbusier, en cambio, es el representante de los que con orgullo se emocionan frente a la potente imagen de la gran ciudad. Por la densidad y riqueza del inmenso patrimonio cultural que ella contiene, por ser ella la mejor manifestación del largo afán humano en pos del progreso, de la felicidad, del bienestar: la ciudad, como monumento a las aspiraciones puramente humanas, es el objetivo máximo de las preocupaciones de Le Corbusier. Este objetivo, sobre todo en los primeros proyectos, es tan exclusivo que lo conduce a configuraciones gigantescas, a proposiciones totalmente opuestas, a afirmaciones polémicas, como aquella famosa de que los rascacielos de Manhattan son demasiado pequeños. El orgullo humano por el producto del trabajo humano, si bien es un elemento adquirido y permanente de toda civilización, sin fines trascendentales, lleva fácilmente a muchos de sus imitadores a perder de vista la misma noción de organismo urbano que como tal debe poseer límites y condiciones.

Las teorías de Wright y de Le Corbusier, por supuesto, no son las únicas. Son más bien las últimas de una larga cadena. Hay también muchas realizaciones que deben interesarnos si queremos responder a la angustiosa pregunta de cómo será la ciudad del mañana. Tales realizaciones se destacan por ser sumamente parciales, fragmentarias, momentáneas. Pero casi siempre son interesantes, porque pueden anunciar eficazmente aspectos de la nueva ciudad.

La Siedlung alemana de los años 30, por ejemplo, es una de las primeras realizaciones concretas del urbanismo racionalista, ligada a una concepción muy estricta de los valores de función, zonificación, de orientación, pero donde todavía falta un sentido adecuado de la valorización del espacio interno urbano y donde todavía no se ha llegado a comprender que todo desarrollo de viviendas debe constituir una unidad integrada por todos sus servicios.

La planificación de Stalingrado y Magnitogorsk se basa en los principios de la ciudad lineal, esbozados en los primeros ensayos de Soria y Mata y desarrollados luego por Lubetkin y el mismo Le Corbusier. En ellas se enfoca a la ciudad como una verdadera herramienta de producción y se plantean los problemas en términos totalmente nuevos, de genuina planificación funcional.

Después de la última guerra, aumentan los ejemplos interesantes: comienzan a ser corrientes las proporciones y realizaciones del llamado urbanismo orgánico. Éste trata de compactar, de integrar las distintas funciones urbanas, fundándose para ello en analogías con la morfología natural. Mantiene así las clasificaciones zonales y sus especializaciones, pero procura evitar las separaciones mecánicas, las diferenciaciones esquemáticas, de corte teórico. Se habla de arterias, de pulmones, de organismos vivos, de células, de corazón de la ciudad. Se produce entonces todo un proceso, de búsquedas y de investigaciones que acercan sin duda a una concepción real del fenómeno urbano, fomentando así soluciones menos abstractas del mismo.

De Inglaterra, con el plano de Londres y la construcción de las new towns, viene otro impulso. La calidad de las nuevas ciudades, en el terreno formal, no es excepcional, pero ellas aportan una experiencia muy fecunda que podrá deparar, a la larga, grandes éxitos al urbanismo inglés.

En los países escandinavos, por fin, las transformaciones urbanas se concretan en sólidas imágenes arquitectónicas. Las nuevas ciudades satélites reciben una conformación no realmente urbana y en algunos casos, dentro de cierta economía de medios, alcanzan a ser soluciones ejemplares.

En general, la situación actual del urbanismo es contradictoria. Y es ésta una contradicción muy peculiar. En algunos países socialistas, donde no ha limitaciones a la planificación, donde no existen obstáculos de ninguna clase a nuevos planteamientos radicalmente originales; ciertas condiciones culturales muy específicas, no han logrado imponer, hasta ahora, por lo menos la traducción de esta completa libertad de planificación, en organismos verdaderamente modernos de gran alcance, limitando la producción a ambiguas imitaciones de los viejos esquemas de Haussmann. En cambio en países capitalistas, donde se hacen serias proposiciones y ejemplos concretos de gran valor revolucionario desde el punto de vista de los valores formales y donde grandes maestros han dado vida a proyectos memorables, la fuerza del caos y de los intereses creados impide la realización de tantos proyectos.

Ahora bien, si abandonarla, además de constituir una renuncia, una abdicación a los poderes racionales del hombre y a toda la herencia cultural urbana acumulada a lo largo de los siglos, es también una proposición utópica e irreal, y si la exaltación de la ciudad conduce a la megalomanía, a la tecnocracia, a las visiones descomunales de los futuristas, igualmente utópicas, ¿Dónde está la salida? ¿Qué solución adoptaremos? ¿Nos aliaremos simplemente a uno de los dos bandos opuestos? ¿O nos acogeremos al inocente y siempre neutral término medio? Mi opinión es que la cuestión está mal planteada.

La forma de la ciudad, su estructura, su misma supervivencia, no puede ser objeto de estudio, de análisis, de proposiciones, sin tomar en cuenta con todo el peso de la ponderación consciente, el hecho de que la ciudad es siempre reflejo cabal de la civilización que la crea. Proponer un esquema de ciudad equivale por lo tanto a proponer un esquema de sociedad. Cuando Wright imagina su parcelación universal, su urbanización antiurbana, propone también una estructura social que guarde todas las atribuciones individuales de la sociedad industrial en formación, de su mocedad, conjugadas con los aportes del progreso posterior. Asimismo, cuando Le Corbusier propone su "Villa Radiosa", está concibiendo también una sociedad todavía clásica con empaque de racionalismo cartesiano. Independientemente del juicio que podemos dar de ambas proposiciones, debe quedar claro el principio de interdependencia entre sociedad y fenómeno urbano. Planteado así el problema, la discusión no versará en torno a cómo debe ser la ciudad o a cómo será la ciudad del futuro, sino a cómo debe ser la sociedad o a cómo será la sociedad del futuro.

Es posible, sin embargo, que nosotros, en virtud de deformaciones típicas de nuestra profesión, optemos por otro camino, a mi juicio, igualmente eficaz. Nuestra capacidad de imaginación, constantemente ejercitada sobre los problemas diarios, nos permite establecer una serie de paradigmas urbanos, una serie de reivindicaciones urbanas: hace falta seguir fortaleciendo la cultura y esta no puede dejar de ser urbana. No existe técnica de las comunicaciones de masa, de las llamadas mass media, que pueda sustituir la multiplicidad, la riqueza, la variedad de contactos humanos que ofrece la ciudad. Por eficaces y rápidos que sean, los transportes no pueden justificar la irracionalidad de ubicación de las funciones. Por hermoso y sano que sea, el paisaje del campo no podrá borrar siglos de paisaje urbano. La misma democracia, en cualquiera de sus acepciones, exige permanencia y periodicidad de contactos humanos. Igualmente, no está demostrado que los nuevos medios de producción tengan un rendimiento más alto si se separan, se aíslan totalmente del tejido urbano. Precisamente, la nueva concepción de la fábrica-limpia, instrumento no sólo de producción sino también de creación, en función del trabajo creador a desarrollarse en el tiempo libre, incrementa las convicciones, de muchos, de que ni los graves males y defectos de la ciudad actual, ni las posibilidades de evasión de las nuevas técnicas, conducirán necesariamente al asesinato de la ciudad.

Hoy día, todos los economistas y sociólogos están de acuerdo en que la separación, la diferenciación existente entre la ciudad y el campo deben desaparecer. Las evidentes diferencias sicológicas, culturales, productivas y políticas, entre el ciudadano y el campesino, deben desaparecer. ¿Lograremos borrar tales diferencias transformando el campo en una inmensa urbanización? ¿O con miras a los altos rendimientos agrícolas que la ciencia y la técnica nos prometen, podremos mantener un grado razonable de concentración con todas las ventajas que ella ofrece? En todo caso, no cabe duda de que la redención de la ciudad y la transformación del campesino pasan necesariamente por la vía de la industrialización y por lo tanto de la planificación.

Probablemente todos estaremos de acuerdo con éstas dos palabras mágicas: industrialización y planificación. Pero el problema en verdad radica en los medios más oportunos para lograr una planificación efectiva y una industrialización real.

Ahora que al hombre se le abre un camino excepcionalmente fecundo de riqueza y de posibilidades, ahora que la técnica y la ciencia permiten por fin acceder a altos niveles, debemos esforzarnos y trabajar para que se haga de ellas el uso más conveniente en este momento crucial de la historia.

La ciudad, hay que reconocerlo, ha llegado a un momento difícil de su larga historia y su estructura no responde ya en forma adecuada a las necesidades humanas y sociales y a nuestra manera de pensar y de vivir. No existen más las ciudades como las que siempre hemos conocido, pero tampoco aparecen las nuevas, que sean imagen fiel y sincera de nuestra joven civilización.

Si no existen más ciudades, como hemos recalcado, es porque han dejado de cumplir sus principales objetivos como son los de fomentar y facilitar los contactos y armonías entre los hombres, elevar el nivel cultural y crear en toda su plenitud la felicidad humana. Quizás ellas, como dijo el urbanista inglés Richards, sean ya concepto anticuado y tendríamos necesidad de crear otros organismos que faciliten y no obstaculicen el contacto social.

Todo lo humano, dijo Haecker, obtiene su logro y cumplimiento en las ciudades: todo lo grande, en lo bueno y en lo malo, se realiza en ellas; tanto Babilonia como Jerusalén, Cartago o Roma, fueron escenarios indiscutibles de los mayores fenómenos históricos de la humanidad.

Señoras, señores:

Creo todavía en la ciudad, no podemos prescindir de ella; es necesaria, imprescindible e inevitable. Aún en nuestra época llena de dudas y de confusión, todavía nada es mejor que ella, para inspirar los vocablos de entendimiento mutuo, de concordia, de esperanza y de fe y atenuar, aunque sea en parte, las discrepancias, las controversias y las luchas estériles que todavía separan a los hombres.